Septiembre. Volver a empezar
No había vuelta, para la inmensa mayoría la temporada de playa no existía, el concepto de vacaciones era diferente al de ahora y a la playa se iba de excursión, algunos privilegiados, tan solo los domingos. Se cogían «días de permiso»
Volvíamos pero al colegio, la escuela o a la academia, estancias frías, desapacibles que poco a poco la chiquillería iríamos llenando de calor, entusiasmo y diversión…éramos niños.
En las familias de muchos hermanos septiembre era el mes de las “vuelta y vuelta”; abrigos, gabardinas, chaquetas se desbarataban para unas veces al derecho, otras del revés ir pasando de mayores a pequeños. Igual que pantalones, pijamas, camisas, etc. que sufrían operaciones de; acorte, bajada de dobladillos, etc.
Eran las costureras las encargadas de estas labores que solían realizarse a domicilio. Ellas, costureras (maestra y ayudantes, a veces más de una, dependiendo de las tareas) requerían de su propia infraestructura, escenografía o parafernalia.
Recuerdo nuestro caserón de la Calleja en donde “el saloncillo” se convertía en sala de costura; ventana amplia y baja que daba al gran patio empedrado, geranios tras los cristales. Cuatro sillas bajas de costura, dos a dos enfrentadas, luz natural, la máquina de coser a punto detrás de la Costurera maestra (Francisquita, Caridad, etc.), la mesa de planchar (mesa camilla sin ropa, convenientemente equipada con su manta y tapete blanco de plancha). La radio era un elemento imprescindible para escuchar la novela de Guillermo Sautier Casaseca y Luis Alberca que cada tarde ofrecía la SER.
La ama de la casa hacía de maestra de ceremonia en toda la liturgia del costureo; en la cocina los anafes de carbón tenían que estar a punto para las planchas y para el café. En un momento dado, mandaba parar la faena, había llegado la hora de la merienda. Cuando se ajustaba precio con la costurera, fuera cual fuese éste, la merienda iba siempre incluida.
Más tarde, una vez iniciadas ya las clases, llegaba el momento de la compra de libros. Era Aurelio Marín, cosario de Huelva y vecino de la Calleja quien se encargaba de traernos a cuenta gotas los libros de la librería Pastoríza, junto a la Plaza de las Monjas. Conforme iban llegando a casa los libros comenzaba el protocolo de forrado de los mismos; papel de embalaje y rollo de “papel de pegar” –OJO AL PRECINTO-, el “cello” no existía aún, eran los elementos con los que con un primor exquisito forrábamos nuestros libros. Una vez terminados de forrar; nombre de la asignatura, nombre del alumno, curso y fecha. Ahí empezaba nuestro calvario de curso.
me gusta..muchizimo